Escribí «Premium
Harmony» poco después de leer más de veinte relatos de Carver, y no debería
sorprender que tenga cierto sabor a Carver. Si lo hubiese escrito a los veinte
años, no habría sido, creo, más que una imitación desdibujada de la obra de un
autor mucho mejor. Como lo escribí a los sesenta y dos, se filtra mi propio
estilo, para bien o para mal. Como muchos grandes autores estadounidenses (me
vienen a la cabeza Philip Roth y Jonathan Franzen), Carver parecía tener poco
sentido del humor. Yo, en cambio, veo humor en casi todo. Aquí el humor es
negro, pero a menudo, en mi opinión, ese es el mejor. Porque —entiéndelo—, en
lo tocante a la muerte, ¿qué puede uno hacer sino reírse?
Stephen King
Premium Harmony
Llevan
diez años casados, y durante mucho tiempo todo fue bien —como una seda—, pero
ahora discuten. Ahora discuten y no poco. En realidad la discusión es siempre
la misma. Tiene carácter circular. Es, piensa Ray a veces, como un canódromo.
Cuando discuten, son como galgos tras el conejo mecánico. Uno pasa por el mismo
lugar pero no ve el paisaje. Ve el conejo.
Piensa que quizá sería distinto si tuvieran hijos,
pero ella no podía quedarse embarazada. Al final se sometieron a unas pruebas,
y eso fue lo que dijo el médico. El problema estaba en ella. Algo le pasaba a
ella. Después de eso, más o menos al cabo de un año, él le compró un perro, un
jack russell al que puso de nombre Biznezz. Mary se lo deletrea a quienes
preguntan. Quiere que todos participen de la broma. Ella adora al perro, pero
ahora de todos modos discuten.
Van a Walmart a comprar semillas de césped. Han
decidido vender la casa —ya no pueden mantenerla—, pero Mary sostiene que no
llegarán muy lejos a menos que hagan algo con las cañerías y adecenten el
jardín. Sostiene que, con esas calvas en el césped, la casa parece una chabola
irlandesa de mala muerte. Ha sido un verano caluroso, prácticamente sin lluvia.
Ray replica que sin lluvia el césped no saldrá por buenas que sean las
semillas. Insiste en que deberían esperar.
—Entonces pasará otro año, y ahí seguiremos
—contesta ella—. No podemos esperar otro año, Ray. A esas alturas estaremos en
la ruina.
Cuando Mary habla, Biz la mira desde su sitio en el
asiento trasero. A veces mira a Ray cuando habla él, pero no siempre. Sobre
todo mira a Mary.
—¿Qué crees? —dice Ray—. ¿Que va a llover para que
tú dejes de preocuparte por si acabamos en la ruina?
—Estamos metidos en esto juntos, por si te has
olvidado —responde ella.
Ahora atraviesan Castle Rock. Se ve poca actividad.
Lo que Ray llama «la economía» ha desaparecido de esta parte de Maine. El
Walmart está al otro lado del pueblo, cerca del instituto donde Ray trabaja de
conserje. El Walmart tiene su propio semáforo. La gente bromea con eso.
—Ahorrar no es solo guardar sino saber gastar
—afirma él—. ¿Has oído alguna vez ese dicho?
—Un millón de veces, a ti.